Un acto de amor a Dios Todopoderoso hecho con el corazón y en estado de gracia, repara miles de blasfemias y supone un bien inmenso en el Cuerpo Místico de Jesús y un bien espiritual en el Banco Espiritual de la Santa Madre Iglesia. Yo, Jesús, os hablo.
Hijos Míos, si tuvierais conocimiento de cómo son las cosas celestiales tan diferentes a las terrenales, no perderíais ni un solo instante en vuestras vidas, por eso, hijos Míos, os pido que al inicio de vuestra jornada diaria, hagáis el “Ofrecimiento de obras”, porque en ese ofrecimiento ya entra cada instante de vuestra jornada, cada respiro que hagáis, cada latido de vuestro corazón, cada paso que andéis, cada acto de amor y cada deseo santo que tengáis.
Esos ofrecimientos son monedas espirituales que depositáis en el Banco Espiritual de la Santa Madre Iglesia. Yo administro junto con Mi Madre el capital que depositáis, y lo aplico a las necesidades más urgentes de Mi Cuerpo Místico. Sí, hijos, sí, el ofrecerme vuestra jornada cada día y todo lo que os suceda, es un bien muy grande que hacéis a la Santa Madre Iglesia.
Acostumbraros a hacerlo cada día antes de hacer cualquier otra cosa, y en ese ofrecimiento, entra lo que la Divina Providencia os tenga reservado en ese día, tanto de pruebas, como de dones. Así, un dolor en vuestro organismo ya lo habéis ofrecido a Dios por ese acto, y os sirve de penitencia el aceptarlo y de un bien muy grande a las almas de Mi Cuerpo Místico.
No se pierde nada en las cosas celestiales cuando hay recta intención y se hacen de corazón y por amor a Dios, de ahí, que aunque a veces tengáis malos días, sabed que si están ofrecidas esas cosas negativas que os suceden, le beneficiaran a otras almas que carecen de méritos.
Con el “Ofrecimiento de obras” vosotros estáis dando de vuestros bienes a otras almas y no sabéis ni siquiera a quienes, por eso, hijos Míos, ofrecedme cada día a Mí y a Mi Madre todo lo que os suceda, todo lo bueno que hagáis, para que no se pierda nada, y si hacéis algo malo en ese día involuntariamente porque os dejéis llevar del carácter o de vuestros defectos, al estar ofrecido todo, Yo cojo vuestras faltas y las lavo en el Océano infinito de Mi Misericordia. Si esas faltas fueran graves, debéis confesarlas. Yo, Jesús, Vuestro Salvador, os hablo y os instruyo.
Mi paz y la de Mi Padre Eterno estén con todos los que se apliquen estos escritos. Yo, Jesús, os hablo.
Hijos Míos, si tuvierais conocimiento de cómo son las cosas celestiales tan diferentes a las terrenales, no perderíais ni un solo instante en vuestras vidas, por eso, hijos Míos, os pido que al inicio de vuestra jornada diaria, hagáis el “Ofrecimiento de obras”, porque en ese ofrecimiento ya entra cada instante de vuestra jornada, cada respiro que hagáis, cada latido de vuestro corazón, cada paso que andéis, cada acto de amor y cada deseo santo que tengáis.
Esos ofrecimientos son monedas espirituales que depositáis en el Banco Espiritual de la Santa Madre Iglesia. Yo administro junto con Mi Madre el capital que depositáis, y lo aplico a las necesidades más urgentes de Mi Cuerpo Místico. Sí, hijos, sí, el ofrecerme vuestra jornada cada día y todo lo que os suceda, es un bien muy grande que hacéis a la Santa Madre Iglesia.
Acostumbraros a hacerlo cada día antes de hacer cualquier otra cosa, y en ese ofrecimiento, entra lo que la Divina Providencia os tenga reservado en ese día, tanto de pruebas, como de dones. Así, un dolor en vuestro organismo ya lo habéis ofrecido a Dios por ese acto, y os sirve de penitencia el aceptarlo y de un bien muy grande a las almas de Mi Cuerpo Místico.
No se pierde nada en las cosas celestiales cuando hay recta intención y se hacen de corazón y por amor a Dios, de ahí, que aunque a veces tengáis malos días, sabed que si están ofrecidas esas cosas negativas que os suceden, le beneficiaran a otras almas que carecen de méritos.
Con el “Ofrecimiento de obras” vosotros estáis dando de vuestros bienes a otras almas y no sabéis ni siquiera a quienes, por eso, hijos Míos, ofrecedme cada día a Mí y a Mi Madre todo lo que os suceda, todo lo bueno que hagáis, para que no se pierda nada, y si hacéis algo malo en ese día involuntariamente porque os dejéis llevar del carácter o de vuestros defectos, al estar ofrecido todo, Yo cojo vuestras faltas y las lavo en el Océano infinito de Mi Misericordia. Si esas faltas fueran graves, debéis confesarlas. Yo, Jesús, Vuestro Salvador, os hablo y os instruyo.
Mi paz y la de Mi Padre Eterno estén con todos los que se apliquen estos escritos. Yo, Jesús, os hablo.
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