Hijos Míos, hijitos terrenales que andáis de acá para allá afanados en vuestras cosas, sometidos al tiempo, a las limitaciones de vuestra naturaleza, a los horarios, a los deberes cotidianos, Yo os miro amorosamente y Me complazco también en vosotros porque os veo pequeños y débiles. Veo la necesidad tan grande que tenéis de Mi amor y de Mi providencia. Os contemplo a cada instante y conozco vuestros corazones, vuestras ilusiones, vuestros deseos santos y no santos. Pero cuando en un corazón humano contemplo el amor que siente hacia Mi Divino Hijo, ese corazón lo hago Mío y ya no lo dejo escapar, para que Mi Divino Hijo tenga siempre corazones que lo amen. Soy el Padre Eterno, quien os habla.
Esos corazones que aman a Mi Divino Hijo son como brasas encendidas por toda la tierra, cuyo calor, llega a otras almas que frías y desiertas de méritos, se aprovechan de esos corazones incandescentes para que no mueran por inanición espiritual, y Yo Padre amoroso y providente, cojo el amor de otras almas y lo aplico a las que son como témpanos de hielo y carecen de toda clase de afectos y no saben amar o temen hacerlo, por miedo a no ser correspondidas. No aman a nadie, ni siquiera a Dios Altísimo, y son almas tan frías, que ni ellas mismas son felices. El amor por Mi Santo y Divino Hijo beneficia a muchas otras almas, no solo a quienes lo aman sino a otras muchas que ni siquiera lo conocen, porque Yo cojo esa riqueza espiritual y la llevo por los confines terrenales aplicando ese amor a almas desnutridas y muertas por el pecado, la desilusión y el desamparo. Yo, Padre Eterno, os hablo.
Quien ama a Mi Divino Hijo e Hijo de María Santísima, esta haciendo el mejor y más grande de los apostolados, más que si se fuera a una leprosería de por vida, porque el amor a Mi Divino Hijo es fecundo y está lleno de frutos. Pero ese amor se manifiesta en obras hacia los demás, en obras hacia el prójimo y los familiares, porque no debe ser un amor solo de palabra sino de hechos, y ese amor a Mi Divino Hijo, es el mejor medio para la santificación personal de cada uno. Yo, Padre Eterno, os hablo y os bendigo Mis pequeños y limitados hijos.