Mis ministros tienen que ser valerosos e instruidos y vivir estrechamente unidos a Mí. Despegados de la cosas del mundo y sus atracciones, con fuerza de voluntad para decir no cuando deban decirlo. Despegados del dinero, generosos y humildes. Esos son los ministros que Yo quiero.
No me vale que sepan hablar bien en sus homilías si ellos mismos no cumplen lo que predican. Por eso, hijos Míos, rezad y pedidme una y otra vez santos y rectos sacerdotes. Yo, Jesús, os hablo.
Pedid y se os dará, dice Mi Evangelio, y Yo os lo vuelvo a decir, presentadme vuestras necesidades como si Yo las desconociese. Hacedlo con mucha humildad, con amor y constancia, y veréis los frutos de vuestras oraciones. Cuando os dirijáis a Mí, a Mi Padre Eterno o a Mi Santa Madre, guardad el recato y las composturas adecuadas. No estáis hablando con un semejante como vosotros, sino con Dios Altísimo y con
Sed pequeños ante Mí y ante Mi Madre. Los pequeños nos atraen mucho, pero no nos recordéis lo que habéis hecho de bueno, más bien pedid perdón por lo que habéis dejado de hacer. No empleéis largas conversaciones en pedirme cosas, porque no por mucha verborrea vais a conseguir más. Es el corazón quien debe hablar por vosotros y veréis como cuando hable vuestro corazón la oración es eficaz. Yo, Jesús, os hablo.
Si tenéis odios o rencores hacia otras almas, exponedmelos con humildad y pedidme que os ayude a superarlos, y tened buenas disposiciones para ello, porque ya la buena disposición Me da gloria. Así que hijos Míos, sed almas de oración, de oración constante, porque las almas de oración tienen gran poder en