miércoles, 24 de septiembre de 2008

Yo, Espíritu Divino, llevo a algunas almas a la soledad total y vida eremítica

Soledad y silencio. Es en la soledad donde el espíritu puede pensar mejor que en ningún otro sitio los misterios divinos. Yo, Espíritu de Dios, os hablo. El alma que habita en soledad está llena de Dios, cuando esa soledad, la lleva a abrasarse más y más en el Amor Divino. Sus horas, todos sus instantes los llena del amor a Dios, y cada día, es un canto a Dios Todopoderoso.


Esas almas tienen una vocación específica, inusual, pero son almas que el Cielo se reserva porque las quiere tener Dios Todopoderoso para El Mismo. María Santísima tenía esta vocación, pero hizo lo que el Cielo le dio a entender y se desposó con José.

La soledad resguardada y avalada por el silencio, es una vida tan grande del espíritu que se diría que esas almas son ángeles y no criaturas. Están llenas de Dios y esa vida que viven en soledad y silencio es como un adelanto de la eternidad. Sus padecimientos son ofrecidos a Dios y así ocultas como semillas, dan un fruto grandísimo al Cuerpo Místico de Cristo, porque ellas no saben su apostolado ni el bien que hacen, solo aman inconmensurablemente a Dios y no cambiarían su amor a El ni por todo el oro del mundo. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Hijos de Dios, gustad de la soledad y del silencio para gustar así de la presencia de Dios, de la vida del espíritu. Llenad vuestras horas con la oración, la meditación, el amor a las almas a través de Dios, porque ofrecéis mucho a Dios por el bien de las almas.

Yo, Espíritu Divino, llevo a algunas almas a la soledad total y vida eremítica. Son almas que Dios Todopoderoso se reserva porque le gusta recrearse en esas almas que son como ángeles terrenales, y en ellas, la Santísima Trinidad se recrea y se consuela de los horrores y pecados gravísimos que pueblan la faz de la tierra. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.