El deseo de amar a Dios es un deseo muy grande y santo que viene del Cielo, Yo lo inspiro, Espíritu Divino. Ese deseo va creciendo conforme se vive en estado de gracia y si la perseverancia es asidua, se muere con ese deseo, convirtiéndose en una realidad en la otra vida. Lo mismo que los malos deseos traspasan las fronteras del mas allá y si se muere con malos deseos el alma se pierde, el deseo santo y único de querer amar a Dios, por encima de todas las cosas, es ya una predisposición a conseguirlo, y Dios, mira al alma complaciente que esto desea y le ayuda en sus objetivos. Porque todo lo bueno que viene del corazón es acepto a Dios, y El lo bendice para que sea una realidad y no un deseo.
Los deseos santos son saetas de amor que llegan a Dios y le dan también gloria, aunque a veces, solo se queda en deseos y no en realidades. Yo, Espíritu Divino, os instruyo.
El alma debe en esta vida esforzarse por alcanzar cada vez mas grados de santidad, no debe quedarse estancada y conformarse con vivir solo en estado de gracia, sino que debe pedir a Dios que le aumente la fe, la esperanza y la caridad, que le inflame de amor hacia El.
A los santos el amor que tenían a Dios, les parecía muy poco, e incluso, mezquino. Ellos deseaban amar más a Dios y hacerlo con intensidad, por consiguiente, vosotros que no sois santos, no debéis dejar de pedir a Dios que os aumente estas tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad.
Vosotros, hijos de Dios, deseáis ser amados, reconocidos, comprendidos, pues bien, este deseo que tenéis para con vosotros, tenedlo para con Dios, (pues) es de justicia. Porque a El le corresponde el sumo amor, el primer lugar en vuestro corazón. Lo que deseáis para vosotros, deseadlo para Dios, es de justicia, porque El es el único Ser que nunca alcanzareis a darle todo lo que por ser quien es, le corresponde.
Yo, Espíritu Divino, os hablo y (os) exhorto a la oración y la practica de los sacramentos.