domingo, 3 de enero de 2010

Reconocéis a los reyes de la tierra y sabéis darle las reverencias y protocolo que le corresponden, ¿por qué a Mí no Me dais lo mismo?

Reverencias y más reverencias se hacen a los reyes de la tierra por su alto cargo. Yo, Jesús, os hablo.

Hijos Míos, que reconocéis a los reyes de la tierra y sabéis darle por su dignidad las reverencias y protocolo que le corresponden, ¿por qué a Mí no me dais lo mismo y Me tenéis abandonado en los Sagrarios, convirtiendo los Templos en tertulias, en un intercambio de abrazos y saludos sin considerar Mi santa y verdadera presencia en la Eucaristía?


Hijos Míos, que acudís a Mí para hacerme toda clase de peticiones y no acudís a darme adoración, ni a reverenciarme como Rey que Soy y como Dios y Señor, Hijo del Altísimo. Os abajáis a los reyes terrenales y no queréis reconocerme a Mí como Rey y Señor Universal. Sabéis que soy poderoso porque Me hacéis vuestras peticiones y pedís cosas que solo Yo Altísimo os puedo dar, pero luego no Me reverenciáis como tal y Me ignoráis oculto en la Sagrario, negándome adoración y reverencia que por ser Dios Me corresponden. Yo, Jesús, os hablo.


Los pastores de Belén fueron a adorarme. Ellos eran pobres y tenían necesidades materiales, pero no fueron a pedir que se las solucionara, fueron a adorarme como Dios y Señor y como el Mesías esperado, y vosotros hijos Míos, que conocéis Mi paso por la tierra, Mi doctrina, Mi Evangelio, Mis santos y sublimes misterios y decís que los creéis, luego no actuáis en consonancia con ellos y Me tratáis indiferentemente convirtiendo Mis Templos en tertulias, en intercambios de anécdotas, de abrazos, besos, pero no os comportáis acorde a la dignidad que tengo porque hijos, Yo Soy Dios y Señor y Rey del Cielo y Tierra y ya dijo Mi Apóstol Pablo que ante Mí toda rodilla se doble en el cielo en la tierra y en los abismos, pero ya no se doblan vuestras rodillas ante Mí y cada vez Me dais menos y con más mediocridad. Yo, Jesús, os hablo.


Pensad con que reverencia Me tratarían Mis santos padres José y María. Como ellos no olvidarían nunca que a pesar de ser Su hijo era Dios y Señor, y Mi Madre que Me dio Su carne y Su sangre, siempre tuvo presente la distancia infinita que había entre nosotros por ser Dios, aunque como hombre, estaba tan unido a Ella. Ella jamás olvidó Mi alto rango, ni cuando me vio pequeño e indefenso, ni cuando Me tenía que lavar, amamantar o cuidar, ni cuando como un despojo me vio crucificado, y siempre abajó Su Corazón ante la dignidad infinita que yo tenia, y eso hijos Míos es lo que os pido, que en el Templo no os olvidéis ante quien estáis. Yo, Jesús, os hablo y os instruyo y doy la paz a todo aquel que cree y pone en práctica estos mensajes.