Siglos y siglos se hablará de Mi Santísima Madre, porque nadie como Ella ha obtenido el favor del Cielo. Su grandeza es única y no habrá nunca nadie, ni ningún espíritu angélico que le iguale, ni siquiera se le pueda comparar.
Su grandeza estriba en su gran humildad y esa humildad atrajo el poder de la Santísima Trinidad para obrar en Ella maravillas, pues maravillas es Su consanguinidad con el Hijo de Dios Altísimo.
Quien honra y ama a Mi Madre, honra y ama a la Santísima Trinidad, por la unión de Ella con Nosotros. Es difícil, casi imposible, almas queridas, que os neguemos nada que pidáis por mediación de Mi Santa Madre, pues si por vosotros no merecéis lo que pedís, por falta de fe o disposiciones, los méritos de Mi Santa Madre os alcanzarán lo que pidáis por Su mediación, pues tal es el poder de Ella ante Nosotros, la Santísima Trinidad.
La grandeza de Mi Madre no se puede comprender con mente humana, ni Ella misma la comprendió en esta vida, pues Su unión con Nosotros es tal, que roza (los límites) de la divinidad, y está tan unida a Nosotros, la Santísima Trinidad, que juntos formamos un todo inseparable, pues Yo, Jesús, Redentor del mundo, Hijo del Altísimo, tomé Carne y Sangre de la Virgen María, y esa unión es única en la historia de las almas y en la de los ángeles. Yo, Jesús, os hablo.
El sacerdote que pondera a Mi Madre y da a conocer Su grandeza y méritos, Me agradará más que si estuviera meses ayunando, porque quien entiende la grandeza de Mi Santa Madre, es porque está en la línea que Yo requiero, y está en un nivel de luz espiritual correcta. Yo, Jesús, os hablo.
Nadie tema nunca exagerar al hablar de la Virgen, porque no os pasareis nunca en sus alabanzas, ya que Su grandeza solo la conoceréis profundamente en la otra vida. Por eso, al hablar de Ella, por mucho que la exaltéis nunca llegareis a decir ni una mínima parte de lo que es. Yo, Jesús, os hablo.
Amad a la que es Mi Madre y Vuestra. Honradla, homenajeadla, hacedle ofrecimientos, todo lo empleará Ella en el bien de vuestras almas. Pues la que alumbró al Redentor, con justicia se le puede llamar Corredentora, porque Mis padecimientos también los padeció Ella y también los ofrecía al Padre Eterno como Yo. Yo, Jesús, os hablo y os instruyo.