Es necesario que cada cual revise la situación de su alma y lo haga bajo la luz del Espíritu Santo a quien hay que invocar asiduamente, Yo, la Madre Celestial, Virgen del Carmen, os hablo y Me dirijo a vosotros hijos Míos de Mi Inmaculado Corazón.
Yo Soy la Soberana Celestial, Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, Apóstoles, Mártires, Vírgenes y todos los bienaventurados del Cielo. Yo, Hija predilecta del Padre Eterno, Soy un gozo para cada bienaventurado, que al contemplar la plenitud en Mi de todas las virtudes, gozan con la sublime belleza que ven.
Mis hijos terrenales no pueden comprender la grandeza inmensa que Dios hizo en Mí, pues si Me vieran tal como Soy en Mi esencia, no podrían soportar tanto gozo, por eso, a quienes Me aman en la tierra, les está reservado el gozo inmenso de contemplarme en el Cielo. Pero con toda Mi grandeza y todo lo que Dios Altísimo ha derramado en Mi, Yo Soy la criatura más humilde que ha existido, existe y existirá.
Quien Me honra bajo cualquier advocación Me da gloria y alegría, pero la advocación del Monte Carmelo es tan antigua, que no hay otra que la supere. Yo fui honrada por los carmelitas antes de nacer, de ahí, que esta advocación en el Cielo tiene miríadas y miríadas de bienaventurados que Me han honrado desde muchos siglos.
Pero cualquier advocación con la que Me honren sea las más olvidada, las más ignorada, Yo la recibo con gratitud y reconocimiento, pues Soy la Madre de todos los hombres, y de la forma en que Me den gloria, Me vale y le vale a las almas, porque derramo numerosas gracias a quien Me ama y Me venera como la Madre de Dios.
Mi Trono está rodeado de Ángeles bellísimos que constantemente Me alaban, porque saben que Soy la Madre del Redentor y Mi dignidad, ninguna otra criatura, ni terrenal, ni celestial, ha ostentado jamás.
Pero hijos, imitadme en Mi vida terrenal, Yo fui sencilla y humilde, de gran recogimiento, de vida muy entregada a Dios y de un inmenso amor al Todopoderoso. Sed dignos hijos Míos en las virtudes, porque de poco sirve que Me hagáis novenas o recéis rosarios y luego no Me queráis imitar. Yo, María Santísima, la Inmaculada Concepción, bajo Mi advocación del Monte Carmelo, os hablo y Me dirijo a vosotros. La paz de Dios Altísimo esté con todos vosotros.
Yo Soy la Soberana Celestial, Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, Apóstoles, Mártires, Vírgenes y todos los bienaventurados del Cielo. Yo, Hija predilecta del Padre Eterno, Soy un gozo para cada bienaventurado, que al contemplar la plenitud en Mi de todas las virtudes, gozan con la sublime belleza que ven.
Mis hijos terrenales no pueden comprender la grandeza inmensa que Dios hizo en Mí, pues si Me vieran tal como Soy en Mi esencia, no podrían soportar tanto gozo, por eso, a quienes Me aman en la tierra, les está reservado el gozo inmenso de contemplarme en el Cielo. Pero con toda Mi grandeza y todo lo que Dios Altísimo ha derramado en Mi, Yo Soy la criatura más humilde que ha existido, existe y existirá.
Quien Me honra bajo cualquier advocación Me da gloria y alegría, pero la advocación del Monte Carmelo es tan antigua, que no hay otra que la supere. Yo fui honrada por los carmelitas antes de nacer, de ahí, que esta advocación en el Cielo tiene miríadas y miríadas de bienaventurados que Me han honrado desde muchos siglos.
Pero cualquier advocación con la que Me honren sea las más olvidada, las más ignorada, Yo la recibo con gratitud y reconocimiento, pues Soy la Madre de todos los hombres, y de la forma en que Me den gloria, Me vale y le vale a las almas, porque derramo numerosas gracias a quien Me ama y Me venera como la Madre de Dios.
Mi Trono está rodeado de Ángeles bellísimos que constantemente Me alaban, porque saben que Soy la Madre del Redentor y Mi dignidad, ninguna otra criatura, ni terrenal, ni celestial, ha ostentado jamás.
Pero hijos, imitadme en Mi vida terrenal, Yo fui sencilla y humilde, de gran recogimiento, de vida muy entregada a Dios y de un inmenso amor al Todopoderoso. Sed dignos hijos Míos en las virtudes, porque de poco sirve que Me hagáis novenas o recéis rosarios y luego no Me queráis imitar. Yo, María Santísima, la Inmaculada Concepción, bajo Mi advocación del Monte Carmelo, os hablo y Me dirijo a vosotros. La paz de Dios Altísimo esté con todos vosotros.