miércoles, 22 de abril de 2009

Yo, Padre Celestial, os hablo

Siglos y siglos estuvo anunciada la venida del Redentor del mundo. Ya desde Adán y Eva Yo prometí un Redentor para redimir al mundo del pecado y salvarlo de la muerte eterna. Yo, el Padre Eterno, os hablo.

Preparé la venida de Mi Divino Hijo con toda clase de hechos, profecías, milagros y demás, y después, en Su venida, el que había sido anunciado por tantos siglos, vino de forma inadvertida, de forma escondida, y nació en un pobre pesebre donde nadie hubiera podido imaginar que sería cuna del Mesías anunciado y esperado. Yo, Padre Celestial, os hablo.

Y vosotros hijos Míos, queréis ser reconocidos, admirados, amados, sin tener nada que suscite esos sentimientos, porque os ciega tanto vuestra soberbia, que deseáis ser reconocidos y amados injustamente, pues el amor propio que os tenéis, os ciega tanto como cegó a Lucifer.

Todo aquel que se ame tanto a si mismo, tiene cierta semejanza con ese ángel que cayó por su soberbia, y por el mucho amor que a si mismo se tenia, y de ahí, que la Virgen que se consideraba la más pequeña criatura, la más indigna, fue elegida para ser la criatura más excelsa que ha existido, ni existirá, después de Mi Divino Hijo, porque la humildad agrada tanto a Mis ojos, que tiene adosada el reconocimiento del Cielo y no de las criaturas, pues todo aquel que en la tierra se tenga en menos, ese será tenido en el Cielo en más, y todo aquel que en la tierra se tenga por valioso, o se ame a si mismo, será tenido en el Cielo en menos, porque tal y como os dijo Mi Divino Hijo, quien se humilla será ensalzado y quien se ensalza, será humillado (Lc 18, 14)

Satanás hunde a muchas almas al inocularle el espíritu de vanagloria porque son sus frutos lo que él induce, y la persona que se crea algo, es nada, porque está engañada por esas sugerencias del demonio y por su amor propio que es uno de sus mayores enemigos. Yo, Padre Eterno, os hablo.

Sed humildes en la oración personal y será fructuosa. Recordad al publicano del Evangelio, sed sencillos, humildes, conformes y, conseguiréis de Mí lo que Me suplicáis, así que hijos Míos, no os tengáis por almas grandes, ni especiales, solo porque vivís en estado de gracia, porque el camino de la santidad es tan extenso que aunque vivierais siglos, no terminaríais de recorrerlo por lo mucho que se dilata. Pedidme gracia y humildad en vuestros ruegos, y Yo, Vuestro Padre Amoroso, os lo otorgaré.

Mi paz y la de Mi Divino Hijo, junto con Nuestro Santo Espíritu, estén con todos vosotros.