Un avemaría rezada con inmenso amor es como agua fresca para un sediento. Quien reza un avemaría amorosamente, Yo Espíritu Divino, la aplico al alma que más necesitada está, y que más seca se encuentra por falta de méritos u oraciones. Yo, Espiritu Divino, os hablo.
Hijos de Dios, vuestros rezos llegan al Trono Divino y son aplicados a las almas más necesitadas, si bien, respetamos las intenciones por lo que los ofrecéis. Pero cuando rezáis sin aplicarlo a nada (o nadie) en concreto Yo, Espíritu Divino, por medio de las Purísimas Manos de Maria Santísima, los aplico a las almas más famélicas por falta de alimento espiritual. Así hijos de Dios, no se pierde nada de los que rezáis, pero si el rezo es fervoroso, lleno de amor, de celo apostólico, ese rezo vale inmensamente por pequeño que sea, porque todos esos ingredientes que le acompañan, amor, fervor y celo, hace que sea un sobrealimento para las almas que están enflaquecidas o raquíticas, por falta de oraciones y méritos. Yo, Espiritu de Dios, os hablo.
Si cada alma en el mundo rezara solamente un avemaría o alguna otra oración en el día, imaginaros la de millones de oraciones que Yo recogería para la santificación de las almas, es lo mismo, que si todo el mundo diera un céntimo diariamente para los pobres, se recogerían millones de céntimos que harían una fortuna. Pues así sucede en el plano sobrenatural, que un avemaría, padrenuestro, o gloria, rezado de corazón, supone un bien inmenso a quien el Cielo lo aplique, a veces, un moribundo que duda de volver su rostro a Dios, a veces, a alguien que tiene fuertes tentaciones y ese avemaría u otro rezo le ayuda a vencerlas, a veces, se le aplica a un sacerdote que está a punto de abandonar su ministerio. Así hijos de Dios, vuestros rezos son eficaces y necesarios para el bien de las almas.
No dejéis pues de rezar en cualquier momento. Cuando conducís, cuando vais por la calle, cuando esperéis en la cola de un establecimiento, cuando estéis en una sala de espera, rezad, rezad, rezad, elevad en esos sitios vuestro corazón a Dios por el bien de las almas, que Dios recogerá vuestros rezos con infinito amor, Yo Espiritu Divino os hablo. Y hasta una mirada que hagáis santamente o amorosamente a un crucifijo, una imagen religiosa y poséis vuestros ojos en esa imagen recordando a Dios o al Cielo, esa mirada también es beneficiosa para las almas y para vosotros mismos, porque estáis dando testimonio ante la Santísima Trinidad de vuestra fe y esperanza. Fe porque creéis lo que miráis, esperanza porque esperáis un día disfrutar de la compañía de lo que contempláis. Y si además lo hacéis con amor, esa simple mirada da hasta gloria (1) a la Santísima Trinidad que ve en vuestros corazones. Yo, Espiritu de Dios os instruyo. La paz de Dios Uno y Trino (esté) con todos vosotros.
(1) Si las miradas malas, son pecado, es razonable que las buenas den gloria a Dios.
Hijos de Dios, vuestros rezos llegan al Trono Divino y son aplicados a las almas más necesitadas, si bien, respetamos las intenciones por lo que los ofrecéis. Pero cuando rezáis sin aplicarlo a nada (o nadie) en concreto Yo, Espíritu Divino, por medio de las Purísimas Manos de Maria Santísima, los aplico a las almas más famélicas por falta de alimento espiritual. Así hijos de Dios, no se pierde nada de los que rezáis, pero si el rezo es fervoroso, lleno de amor, de celo apostólico, ese rezo vale inmensamente por pequeño que sea, porque todos esos ingredientes que le acompañan, amor, fervor y celo, hace que sea un sobrealimento para las almas que están enflaquecidas o raquíticas, por falta de oraciones y méritos. Yo, Espiritu de Dios, os hablo.
Si cada alma en el mundo rezara solamente un avemaría o alguna otra oración en el día, imaginaros la de millones de oraciones que Yo recogería para la santificación de las almas, es lo mismo, que si todo el mundo diera un céntimo diariamente para los pobres, se recogerían millones de céntimos que harían una fortuna. Pues así sucede en el plano sobrenatural, que un avemaría, padrenuestro, o gloria, rezado de corazón, supone un bien inmenso a quien el Cielo lo aplique, a veces, un moribundo que duda de volver su rostro a Dios, a veces, a alguien que tiene fuertes tentaciones y ese avemaría u otro rezo le ayuda a vencerlas, a veces, se le aplica a un sacerdote que está a punto de abandonar su ministerio. Así hijos de Dios, vuestros rezos son eficaces y necesarios para el bien de las almas.
No dejéis pues de rezar en cualquier momento. Cuando conducís, cuando vais por la calle, cuando esperéis en la cola de un establecimiento, cuando estéis en una sala de espera, rezad, rezad, rezad, elevad en esos sitios vuestro corazón a Dios por el bien de las almas, que Dios recogerá vuestros rezos con infinito amor, Yo Espiritu Divino os hablo. Y hasta una mirada que hagáis santamente o amorosamente a un crucifijo, una imagen religiosa y poséis vuestros ojos en esa imagen recordando a Dios o al Cielo, esa mirada también es beneficiosa para las almas y para vosotros mismos, porque estáis dando testimonio ante la Santísima Trinidad de vuestra fe y esperanza. Fe porque creéis lo que miráis, esperanza porque esperáis un día disfrutar de la compañía de lo que contempláis. Y si además lo hacéis con amor, esa simple mirada da hasta gloria (1) a la Santísima Trinidad que ve en vuestros corazones. Yo, Espiritu de Dios os instruyo. La paz de Dios Uno y Trino (esté) con todos vosotros.
(1) Si las miradas malas, son pecado, es razonable que las buenas den gloria a Dios.