Es el día de la Pasión de Cristo. Hasta la Naturaleza se conmueve cuando expira. Su Madre al pie de la Cruz sujetada por las santas mujeres, no sucumbió. Quiere acompañar a su Hijo hasta el final. Nadie puede comprender, ni valorar en toda su magnitud, el dolor de la Santísima Virgen, fue un tormento cruelisimo ver a Su Hijo como lo vio, sabiendo que era Dios.
Al ver a su Hijo en esas condiciones, Llagado de Pies a Cabeza, Lacerado en todas las partes, comprendió con luces especiales, la gravedad del pecado, la fealdad y malicia del mismo. ¡Que no hubiera hecho Ella por ponerse en el lugar de su Divino Hijo! Todo le hubiera parecido poco por aliviar en algo, los dolores fisicos y morales de Su Unigénito.
Ella soportó con amor intenso la espada de dolor que le traspasó el alma y, se la ofreció al Padre Eterno para que añadiese su pena, su amargura a la de Su Amado Hijo, y el Padre Celestial así lo aceptó. Por eso, el poder de la Virgen en el Cielo es único. Ella hizo en la tierra en todo momento la Voluntad Divina y así en el Cielo, la que no negó nada en la tierra a Dios, Dios no le niega nada a Ella en el Cielo.
Pero el sufrimiento aceptado en la tierra de las almas es un aval muy grande para el Cielo. El alma adquiere vertiginosamente méritos impensables, son bienaventurados que brillan con luces diferentes en la eternidad. Avanzan en poco (tiempo) lo que a otros les cuesta años, el sufrimiento aceptado y unido a los de Cristo, se convierte en redentor de las almas y (unido al de Cristo) en cierto modo, se convierte en infinito. Pero es necesario para que tenga ese valor, aceptarlo y si además se acepta con amor, el sufrimiento es la mejor perla que se puede presentar a Dios.
Vosotras almas queridas, que tanto teméis al sufrimiento, no sabéis lo que os perdéis. Sufrir es avanzar por la senda de Dios a pasos agigantados. El sufrimiento aceptado tiene todos los ingredientes. Tiene la paciencia, la penitencia, la esperanza, la fe, el amor y muchas, muchas más virtudes. Es un plato con toda clase de combinaciones, no le falta nada y, el Padre Celestial al alma que sufre y acepta su situación, le tiene preparado un sitio especial en el Cielo. Porque quién sufre en esta vida, se resta Purgatorio en la otra, repara no solo sus pecados, sino los de muchas almas, son como “cristos terrenales” que aceptan y cargan con su cruz, cada día. Es la prolongación de la Pasión de Cristo de la que habla San Pablo.
Así pues almas cristianas, aceptad vuestras cruces con amor y añadirlas a la de Cristo Jesús, para que El en vosotros, siga redimiendo a la humanidad pecadora. Yo Soy el Espíritu Divino, Tercera Persona de la Santísima Trinidad quien os habla. Yo Soy Espíritu de Amor. Paz a vosotros.
Al ver a su Hijo en esas condiciones, Llagado de Pies a Cabeza, Lacerado en todas las partes, comprendió con luces especiales, la gravedad del pecado, la fealdad y malicia del mismo. ¡Que no hubiera hecho Ella por ponerse en el lugar de su Divino Hijo! Todo le hubiera parecido poco por aliviar en algo, los dolores fisicos y morales de Su Unigénito.
Ella soportó con amor intenso la espada de dolor que le traspasó el alma y, se la ofreció al Padre Eterno para que añadiese su pena, su amargura a la de Su Amado Hijo, y el Padre Celestial así lo aceptó. Por eso, el poder de la Virgen en el Cielo es único. Ella hizo en la tierra en todo momento la Voluntad Divina y así en el Cielo, la que no negó nada en la tierra a Dios, Dios no le niega nada a Ella en el Cielo.
Pero el sufrimiento aceptado en la tierra de las almas es un aval muy grande para el Cielo. El alma adquiere vertiginosamente méritos impensables, son bienaventurados que brillan con luces diferentes en la eternidad. Avanzan en poco (tiempo) lo que a otros les cuesta años, el sufrimiento aceptado y unido a los de Cristo, se convierte en redentor de las almas y (unido al de Cristo) en cierto modo, se convierte en infinito. Pero es necesario para que tenga ese valor, aceptarlo y si además se acepta con amor, el sufrimiento es la mejor perla que se puede presentar a Dios.
Vosotras almas queridas, que tanto teméis al sufrimiento, no sabéis lo que os perdéis. Sufrir es avanzar por la senda de Dios a pasos agigantados. El sufrimiento aceptado tiene todos los ingredientes. Tiene la paciencia, la penitencia, la esperanza, la fe, el amor y muchas, muchas más virtudes. Es un plato con toda clase de combinaciones, no le falta nada y, el Padre Celestial al alma que sufre y acepta su situación, le tiene preparado un sitio especial en el Cielo. Porque quién sufre en esta vida, se resta Purgatorio en la otra, repara no solo sus pecados, sino los de muchas almas, son como “cristos terrenales” que aceptan y cargan con su cruz, cada día. Es la prolongación de la Pasión de Cristo de la que habla San Pablo.
Así pues almas cristianas, aceptad vuestras cruces con amor y añadirlas a la de Cristo Jesús, para que El en vosotros, siga redimiendo a la humanidad pecadora. Yo Soy el Espíritu Divino, Tercera Persona de la Santísima Trinidad quien os habla. Yo Soy Espíritu de Amor. Paz a vosotros.
(1) Los sufrimientos de Cristo no se pueden comparar con los nuestros, ni siquiera todos juntos. Fueron intensisimos.