miércoles, 3 de octubre de 2007

Fue una escuela de amor

El primer hombre se llamó Adán y el hombre por antonomasia, se llama Jesús. Jesús tuvo que rehacer lo que Adán deshizo. El tuvo que abrirnos las puertas del Cielo que por el pecado de Adán, se habían cerrado.

Yo soy San José, esposo de Maria Santísima, padre putativo de Jesús, mi Dios y Señor y mi Divino Hijo. Yo conviví con el Redentor, oía su respiración en su cunita, veía sus juegos, su mirada bondadosa y humilde, yo tuve la suerte inmensa de vivir con el Redentor y cuidarlo personalmente. Nadie puede imaginar la grandeza tan inmensa que supuso para mi este hecho.

Todos los días me admiraba de sentirme el elegido para proteger y guiar a la Sagrada Familia. Yo fui un hombre sencillo y muy honesto. La Virgen me amaba inmensamente, pero muy castamente, al igual que yo a Ella. Ambos meditábamos juntos el gran Misterio de Cristo: Su Encarnación. Y vernos sus protectores y sus padres legítimos, nuestros corazones gozaban inmensamente dando sin cesar gracias a Dios.

Yo José fui un humilde artesano, apenas ganaba para el sustento diario, (1) pero éramos felices porque teniamos al Hijo de Dios con nosotros, compartiendo nuestra pobreza, nuestra indigencia y nuestro amor.

Éramos indigentes mas por voluntad propia que por otra cosa, porque dábamos casi todo nuestros ingresos y nunca permitimos que Nuestro Hijo, careciera de lo mas elemental.

Fue una escuela de amor la nuestra. Sabíamos que el Padre Eterno nos miraba complaciente y en muchas ocasiones veíamos a Nuestro Niño Jesús, hablar con El en oración. Nosotros aprendimos de El muchas cosas, sobre todo, la verdadera humildad por ese anonadamiento que el Niño Jesús, hizo de su divino rango. No quiso mostrarse como Mesías hasta que llegase su hora, hora que yo, ya no vi.

Yo soy Patrono de la buena muerte y deseo que me invoquéis como tal para vosotros y para vuestros moribundos. No desestimo nunca las peticiones que me hacéis por los moribundos porque esa ultima hora, hay que reforzarla con más oración y fe que nunca.

Yo os hablo en estos últimos tiempos para que contéis conmigo en los momentos difíciles y, si fui testigo de la Primera Venida de Cristo, ahora quiero ser un bienaventurado con el que contéis para las Segunda Venida que muchos de los que lean este mensaje, verán.

En mi Cielo junto a Jesús y Maria, yo José, os espero después de que superéis cada cual la prueba que Dios os de, antes de entrar en la eternidad. Paz a vosotros. Alabado sea Dios.


(1) En otro mensaje pone que San José no cobraba muchos de los trabajos que hacía.

La batalla del bien contra el mal

Dios es el Padre Universal de todo el mundo. El es un Padre que mira las necesidades de sus criaturas. El provee de todo a la personas y no hay un segundo que aparte su mirada de ellas.

Yo soy Miguel, el Arcángel que se opone al demonio. Yo obedezco a Dios, al Altísimo, y a la Reina Nuestra y lo hago con inmenso amor.

Yo voy a librar en vuestro mundo una terrible batalla, la batalla del bien contra el mal y lo haré por orden del Altísimo.

Aquellos mis devotos y todos cuantos me honran con medallas, estampas novenas, coronillas, ya están bajo mi amparo. Ellos ya no tienen que temer porque yo los protejo y si ellos me han escogido a Mí, (en sus devociones) yo ya no los dejo.

Yo venceré con todos los coros angélicos que el Altísimo pondrá en mis Milicias, pero necesito que quienes ya me honran, me den a conocer a otras muchas almas y a sacerdotes, porque ellos deben saber que Yo soy el Cabeza que el Altísimo ha escogido para esta batalla del mal contra el bien. Todos venceremos.