Quien no conoce al Dios verdadero y cumple la ley natural, tiene una santidad en el plano humano, pero no tiene la santidad en el plano sobrenatural, y por tanto, se puede salvar si durante su vida ha cumplido admirablemente la ley natural que todo ser humano lleva grabada en su corazón. Quienes conocen al Dios verdadero revelado por Jesucristo, Su Hijo, la santidad que adquiera no solo es en el plano natural sino también en el plano sobrenatural, así que es una santidad más sublime y meritoria y más cercana a Dios Altísimo, porque es de El de donde recibe las virtudes y los dones del Espíritu Santo. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Todas las almas del mundo desde que tienen uso de razón saben discernir el bien del mal, porque todos llevan adscritos en su corazón los mandamientos y saben cuando hacen el bien y el mal, así Caín supo que hizo mal al matar a su hermano Abel, y esa historia, se repite en la humanidad reiteradas veces. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Quienes conocen al Dios verdadero por Jesucristo y Su doctrina, son almas que tienen más fácilmente discernir el bien del mal por cuanto que el Evangelio de Cristo es referencia para saber que agrada a Dios y que no.
Cuando queráis catequizar a una persona que no conoce a Cristo, ni Su Evangelio, empezad por la ley natural y ved en que condiciones la vive, si la cumple o no, pues hasta un niño que no entienda de religiones, sabe cuando hace bien o hace mal, porque en su corazón está inscrito lo que es bueno y lo que no. Yo. Espíritu de Dios, os hablo.
Pero Cristo, Camino, Verdad y Vida, vino para enseñaros el verdadero camino hacia el Padre y a valorar las cosas en el plano sobrenatural, dando valor a la pobreza, a la castidad, a la obediencia, a la oración, al sacrificio, a la cruz y demás, y os enseñó ese camino de perfección único, con Su ejemplo y vida.
Así pues, hijos de Dios, imitando a Cristo en todo, tenéis la mejor escuela de santidad que os podáis imaginar, solo El es un cúmulo de perfección tal que complace como nadie al Padre Eterno. Yo, Espíritu de Dios, os hablo. La paz de